POR JUAN PABLO VITALI
Miraba el otro día una película documental que fue famosa en la Argentina de los setenta, después de haber triunfado en la Europa contestataria del 68. Se titula “La hora de los hornos” y está dirigida por el reconocido cineasta y ahora diputado electo Pino Solanas. Tengo un gran respeto por Solanas, en especial por su trabajo actual, y me ha caído siempre muy bien. No sé cuánto habrá cambiado su pensamiento desde entonces.
Sin embargo, no deja de asombrarme la visión cultural y estratégica de aquellos revolucionarios, su extraño enfoque de las cosas. Su inocencia, su infantilismo heroico.
En primer lugar, ese nacionalismo de izquierdas, que se llama nacionalismo y rechaza a los griegos y a los romanos, a los españoles y a toda la cultura europea como imperialista, y luego pretende tener en común una lucha con pueblos de los que ni siquiera conoce sus tradiciones y costumbres, todo en medio de citas de Sartre, de Fanon, del Che Guevara, y todo imbuido de marxismo, esa ideología tan europea, pero no de la mejor Europa.
Trato de encontrarle una lógica, un hilo conductor al relato fílmico, a su punto de vista sobre la historia de una resistencia peronista que viví personalmente. Trato de comprender por qué se soslaya toda referencia al eje de ruptura de la historia mundial contemporánea, que fue la segunda guerra mundial. Trato de comprender por qué los padres y abuelos de los mismos que realizan la película deberían desestimar su cultura milenaria, en nombre de unos pueblos oprimidos siempre buenos en sí mismos, por el sólo hecho de ser oprimidos.
Trato de comprender por qué se soslaya el rol histórico de la Cuba castrista, como peón del imperialismo soviético en el llamado tercer mundo. También me pregunto en nombre de qué pueblo hablaban esas vanguardias, cuando nunca contaron con las mayorías populares.
La idea de la violencia en contra del sistema, como principio absoluto e inconmovible, también me llama la atención. Se dice que en cierta ocasión el general Perón les preguntó con su característica ironía a los nuevos revolucionarios: “Pero, muchachos, ¿ustedes creen que si yo pudiera ganar la guerra no la pelearía?”. Anécdotas de este tipo se cuentan varias.
No me pondría a escribir estas líneas, si no sospechara que en el fondo aquel pensamiento no ha cambiado mucho. No precisamente en Pino Solanas, a quien considero tan inteligente como para haber madurado lo suficiente. Aunque a decir verdad, no realiza ningún replanteo político profundo durante el largo reportaje que sigue a la película.
En una escena de esa misma película, se ridiculiza a uno de los más grandes escritores de habla hispana, con quien se dialoga sin decirle para qué será utilizada la charla. Se trata de Manuel Mujica Lainez, a quien consideran parte de la cultura “oligárquica”.
Yo, que he leído y disfrutado de su obra, me pregunté de inmediato: “¿Es que un inmenso patrimonio literario no tiene ningún valor? ¿Es que está más cerca de nosotros un hombre de ignotas tribus africanas, que quien mejor ha escrito sobre la decadencia de unas familias patricias, o si se quiere oligárquicas, de nuestra misma sangre?”
Aquellos muchachos del 68, a uno y otro lado del océano, con sus flores y sus fusiles, no comprendieron que para ser verdaderos rebeldes, hay primero que reducir al máximo nuestras contradicciones, disciplinada y creativamente, y luego con una identidad estable y arraigada, observar cuáles son nuestras reales posibilidades políticas, actuando en consecuencia. Lo demás es capricho, y asumir el idealismo abstracto de una Revolución francesa, de la cual heredamos el igualitarismo capitalista, y su infantil y dramático correlato marxista.
Algunos preferimos fundar nuestras rebeldías en la propia y milenaria cultura. No necesitamos rechazarla para darnos cuenta de lo que significan las relaciones de poder, la opresión, y que siempre han existido enemigos. Lo demás es capricho, la inocencia de querer fundar un pensamiento en el mero rechazo, en la pobre dialéctica que no reconoce afinidades culturales, objetivos espirituales, ni hombres con otras jerarquías que las establecidas por la impiadosa destrucción de las elites revolucionarias y los rebeldes fuera de contexto.
Por esa forma de pensar murieron muchos inútilmente.
Ya es hora de considerar en qué medida han sido esos rebeldes, conscientemente o no, funcionales a lo mismo que decían combatir.
FUENTE: www.elmanifiesto.com
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