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viernes, 7 de agosto de 2009

ACCIÓN DIRECTA


Que las juventudes tienen que adoptar una táctica de acción directa, es decir, una moral de desconfianza hacia todo lo que no proceda de ellas y una decisión de imponer por sí mismas las nuevas normas, es algo en realidad incuestionable.
Eso va implícito en la actitud que antes hemos dicho corresponde a nuestros jóvenes: la actitud del soldado. El soldado practica siempre la acción directa, y es por su propia calidad, el único que la representa en toda su gran fecundidad y relieve moral.
Las juventudes son asimismo, como sector social, las únicas que imprimen a la acción directa, no un sentido particularista, de exacerbación y desorbitación de una clase, sino el carácter íntegramente nacional y humano, la justificación profunda de su violencia para con los valores parásitos y para los intermediarios provistos de degradación.
La acción directa garantizará a nuestras juventudes su liberación de todo mito parlamentarista, de todo respeto a lo que no merece respeto, de toda posternación ante ídolos vacíos y falsos. Pues se verá siempre en peligro, al aire, en plena vida ascética y de gran dimensión emocional, de gran potenciación histórica.
En la práctica de la acción directa se efectúa además algo que en nuestra Patria es urgentísimo: la posible aparición y selección de las nuevas minorías rectoras, procedentes de las masas, surgidas de ellas y sustituidoras, por propio y auténtico derecho de conquista, de las minorías tradicionales o procedentes de los partidos y sectas políticas dominantes.
La acción directa no es siempre ni equivale a la violencia armada. Es en primer lugar la sustentación de una actitud de ruptura, de una moral de justicia rígida contra la decrepitud o la traición, de una confianza plena, totalitaria, en lo que se incorpora y trae.
La violencia, la ruptura, tendrá en nuestras juventudes, como realizadoras e impulsoras de la revolución nacional, un eco profundo de realización moral, de heroísmo, de firmeza y de entereza.
Precisamente por ello cabe adscribir tres justificaciones, tres dimensiones a la violencia de las juventudes, de las cuales una sola, cualquiera de ellas, bastaría y se autojustificaría de modo suficiente:
a) Como valor moral de ruptura, como desprendimiento y rebelión contra valores decrépitos, traidores e injustos.
b) Como necesidad, es decir, como principio obligado de defensa, como táctica ineludible en presencia de los campamentos enemigos
c) Como prueba, como demostración de entereza, de capacidad y de la licitud histórica que mueve a los soldados de la revolución nacional.
Estas justificaciones vedan a la acción directa de las juventudes de toda caída en el crimen, en el bandidaje y en la acción política vituperable, que es la que va siempre ligada a un signo individual, anárquico y de pequeños grupos visionarios.

RAMIRO LEDESMA RAMOS

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