(especial para sindicalistas)
Por Alberto Buela
Cualquier persona medianamente informada sobre
el sindicalismo argentino sabe que la captación de la oportunidad, de la
ocasión, del momento propicio es un rasgo distintivo de los sindicalistas
argentinos, al menos de aquellos sesenta o setenta secretarios generales de
gremios que hacen política. Mientras que los dos mil novecientos restantes,
como mi primo Agustín Huarte que corría en fórmula 4 con un Auto Unión, sólo
adornan la fiesta.
Esta capacidad innata de captación del momento
propicio desde siempre ha sido vista muy mal por el liberalismo, el radicalismo y el socialismo,
quienes bajo el empaque de “científicos y serios”, ven en ello: un oportunismo
sin límites morales de ningún tipo.
El otro rasgo distintivo del sindicalista a
cargo de una organización es la virtud “del cuidado”. La vieja epimeléia griega, se reencarnó en estas
tierras pampeanas en la figura de los secretarios generales de gremios, pues si
algo tienen en común todos es “el cuidado de la quinta”. Ya sea, visitando asiduamente
su lugar de trabajo, origen de su representatividad, sea en el respeto a la ley
de bronce de todo sindicalista: no negociar jamás con la patronal el salario.
Negociar en el sentido de “ir a menos en el reclamo”.
Si tenemos como guía estas dos pautas
definitivas y definitorias de lo que es un dirigente sindical que hace
política, Moyano actuó coherente y concientemente como tal en los dos puntos
comentados:
a) La ocasión fue oportuna: 1) el gobierno
avanza sobre los fondos del los trabajadores rurales (150 millones de pesos
anuales), que quiere estatizar. 2) el gobierno está desfinanciando las obras
sociales sindicales, pues les debe entre 12 a 15 mil millones de pesos, para,
probablemente, privatizar. 3) el gobierno avanzó de manera desmedida en la
quita de representación política del sindicalismo, solo tres diputados, que en
realidad ya son dos (Recalde ya mostró la hilacha con el tema de Uatre).
b) la virtud del cuidado: 1) el salario no se
negocia y entonces reclamó contra el descuento del salario debido a la baja
imputación del impuesto a las ganancias, o sea, en contra del salario diferido.
2) defendió el salario defendiendo el subsidio de los servicios a los
trabajadores y no a los casinos. 3) defendió, indirectamente, el salario
pidiendo la quita del impuesto al cheque de las obras sociales y que se le
cobre a las financieras.
Políticamente hizo dos afirmaciones
terminantes: a) el mejor gobierno fue el de Perón y b) el 50% de los votos de
Cristina los pusieron los trabajadores.
Así las cosas, cualquier desprevenido podría
pensar que se han quebrado las relaciones amistosas y políticas entre el
gobierno y la CGT. Pero, en nuestra interpretación eso no es así. Y ello por tres
motivos: 1) el chico de Moyano, uno de los dos diputados sindicalistas, salió
inmediatamente a decir que: “yo soy
diputado de Cristina Kirchner y defiendo este modelo. Mi padre quiere dialogar
y no está contra este modelo”. 2) Del núcleo duro que rodea a Moyano
(Piumato, Smith, Plaini y Viviani) al menos hay dos que están convencidos que
el gobierno de los KK ha sido superior al de Perón. 3) La reacción del gobierno
ha sido minimizar los dichos de Moyano.
El peronismo histórico que inmediatamente se
entusiasmó con lo afirmado en la cancha del glorioso Globo de Parque Patricios, dicho
sea de paso el primer Grande de la historia del fútbol argentino, tendría que
morigerar sus expectativas optimistas y no confundir las apariencias con la
realidad. Y recordar que el método sindical ya lo estableció Augusto Timoteo
Vandor, de una vez y para siempre: golpear
para negociar.
Las afirmaciones político-sindicales de
Moyano: contundentes, verdaderas, incontrovertibles, dolorosas, para ser eficaces tendrían que tener un cuerpo
de cuadros sindicales que las llevaran adelante, que buscaran su aplicación,
pero allí, en este segundo momento, nos encontramos con que el sindicalismo
argentino no tiene cuadros políticos. Como bien observó en la última Peña de la
Imprenta , el buen sociólogo Alberto Donato, “el sindicalismo es una elite que no tiene cuadros porque no los formó”
y entonces solo surgió en estos últimos veinte años “la agrupación hijos…
de sindicalistas”. Recuerdo con cierta nostalgia que hace muchos años me tocó
vivir algo parecido cuando le exigía al querido Osvaldo Borda, secretario de
obreros del caucho, realizar cursos de capacitación, y me espetó: no avivés giles que después se te hacen
contra. Hablá con gomi”.
No todo fue así, pues por la época, don Enrique
Ferradás Campos, secretario de televisión, se esforzaba por formar cuadros
político-sindicales.
El primer miembro de esta benemérita
agrupación “hijos de sindicalistas” fue Jorge Triacca, del sindicato de
plásticos, quien sucedió a su padre. Y esto se ha repetido hasta el cansancio
en estos últimos veinte años.
De modo tal, opinamos que nihil novo sub sole (nada nuevo bajo el sol), que la sangre no
llegará al río porque no le conviene al gobierno y el sindicalismo argentino no
está en condiciones de enfrentarlo: Sea por falta de convicciones profundas y
unificadas del grupo duro de la conducción (como vimos). Sea por falta de
cuadros político-sindicales preparados para ello (como mostramos).
Sigue vigente el principio fundamental que
rige la historia argentina desde el: sangre
no de San Martín. El mundo de la
apariencia es superior al mundo de la realidad y este parece ser nuestro triste
destino. “ Pobre mona mía, dijo el cura Castellani, ¡Qué argentina al sur ni argentina al norte, a mi lo que me gusta es
bailar con corte!.
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